Hay algo de oscuridad que te acompaña apenas entras al teatro. No es el aire, ni las luces apagadas: es el eco de las heridas que alguien decidió exponer. Vértebra no te permite observar desde afuera: te arrastra hacia dentro.
Felipe Alfaza habita el escenario sin capa ni ilusión. En este unipersonal, encarna a Vértebra, un títere monstruoso — de rasgos femeninos, un solo ojo vigilante — que simboliza la violencia, la culpa, el rechazo materno y la herida heredada. Allí, en un rito teatral, Alfaza remonta su propia infancia: los reproches, los silencios, los gritos nunca pronunciados.
El espectáculo, dirigido por Luis Alcocer, no camina por senderos cómodos. Está firmado con riesgo. Utiliza vestuario ceremonial (corset, faldón de fibras) que más tarde sangra con rojo intenso, objetos escénicos que se transforman en símbolos (líquidos viscosos, glitter, materiales orgánicos). Con iluminación y espacio diseñados con intención por Alejandra Vega y Alcocer, la escena se siente íntima: como si alguien te susurrara su confesión frente al rostro.
En cartelera, encontré que Vértebra se ofrece del 24 de septiembre al 29 de octubre de 2025 en el Teatro El Galeón, con funciones los miércoles a las 20:00 h, duración aproximada de 95 minutos y entrada general de $150 MXN (con descuentos para estudiantes, maestros e INAPAM).
Durante esas horas dolorosas, el público viaja junto al actor al borde del abismo emocional: el montaje no solo narra el trauma, lo materializa. Y cuando el protagonista pide que las luces se enciendan para hablar desde su vulnerabilidad, te obliga a mirar — no como espectador distante, sino como parte implícita de esa herida compartida.
No es obra liviana. Su tono parece querer alejar, mediante lo grotesco, lo crudo, lo irreverente. Pero esa misma apuesta — atreverte a entrar donde duele — es lo que lo vuelve esencial. Entre risas cáusticas y metáforas físico-viscerales, Vértebra mezcla humor negro con la sombra del despojo emocional.
Cuando todo termina, no sales indemne. Te llevas una herida compartida: el trauma convertido en ritual de sanación. Alfaza ofrece no una curación milagrosa, sino el espejo que permite reconocerse. Ese es su riesgo y su fuerza: abrir lo irreversible para que algo, por fin, sane.
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